Desde hace miles de años, el mítico drago de Canarias (dracaena draco) ha estado envuelto en una aureola de misterio que le acompaña hasta nuestros días, porque según la leyenda los dragones, al morir, se convertían en dragos. Este fósil viviente, es con todo merecimiento, uno de los símbolos de las Islas Canarias y quizá, el mayor tesoro de la flora española.

Al apreciar su caprichosa forma se confirma el hecho de que los pobladores antiguos de las Canarias lo consideraran un árbol divino dotado de diversos poderes que lo convertían casi en un ícono.

Del drago emana un líquido al que muchos identifican como la sangre del mismo y este elemento era apreciado desde la antigua Roma, donde empleaban la «sangre» como colorante y panacea para todos los males.

Fue tan marcado el interés por la sangre del drago que se extendió a lo largo de los siglos a la inmensa mayoría de Europa continental y su expansión alcanzó ribetes inimaginables debido a sus variados usos, entre ellos el empleo de esta savia como barniz para proteger a los metales del óxido.